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Jesús se transfiguró en su presencia: su rostro se puso resplandeciente como el sol. –Mateo 17, 2
La definición de tiempo es la medida del cambio. Si nada cambiara, no tendríamos ninguna sensación de que el tiempo pasa. El cambio no se mueve a un ritmo constante: a veces es lentísimo; otras, se abalanza sobre nosotros como un tren de carga. La Transfiguración de Jesús a los ojos de sus discípulos fue un proceso continuo de comunicación y revelación. Cada enseñanza demostraba su autoridad. Cada milagro era una pista. Y entonces, como un gran derrumbe, una tarde en el monte Tabor cambió por completo la percepción que los discípulos tenían de Jesús.
No todos los cambios son beneficiosos, y no todo lo que se revela es bello, por desgracia. Esta semana recordamos una hora en Hiroshima, un momento en Nagasaki, cuando la historia se transformó trágicamente en un destello de luz. Se mostró al mundo el potencial humano para una devastación insondable, pero esta transfiguración del panorama moral no glorificó a Dios. Lo que ocupa el corazón humano se revelará, hora tras hora. Debemos procurar que lo que albergamos en nuestro interior dé testimonio de la bondad del Dios al que servimos.
Recuerde un acontecimiento en el que llegó a “conocer realmente” a alguien: un padre o un hijo, un amigo o un compañero de trabajo. ¿Cómo cambió esta revelación la forma en que los había visto antes?
OREMOS… Fuente de vida y de luz, te damos las gracias por el tiempo dedicado a reflexionar sobre el camino que hemos recorrido hasta ahora. Te damos gracias por tu palabra y tu historia, que nos han sido entregados como nuestro precioso legado. Apóyanos en nuestro testimonio del Evangelio en cada decisión que tomemos: con tiempo, dinero, palabras y relaciones. Amén.
Imagen: Alexander Ivanov, Public domain, via Wikimedia Commons