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‘El que quiera venir conmigo, que renuncie a sí mismo, que tome su cruz y me siga’. –Mateo 16, 24
No se necesita ser un genio o un gurú para reconocer que la vida es difícil. Sin embargo, se necesitan personas sabias para saber la diferencia entre asumir responsablemente sus obligaciones o hacer todo lo posible para esquivarlas. Conozco a un hombre que abandonó a su esposa y a sus hijos, dejó de trabajar y se dedicó al alcohol, como medio para tratar de escapar de las realidades de la vida. Al final de sus días, admitió que eso no funcionó. La frustración le había seguido sus pasos y nunca había estado libre del sufrimiento, como lo había deseado.
Es difícil amar a una cruz. De hecho, no es saludable soportar el dolor. Pero tenemos que hacer las paces con lo que nos ha tocado cargar. Nuestros seres queridos tienen necesidades que no podemos cumplirles. Hay cosas que el dinero no puede comprar. Nos enfrentamos a la decepción, a las traiciones y a las crisis que se presentan en nuestros problemas cotidianos, que a menudo se sienten como la última gota que rebosará nuestra paciencia. Negar la hora del sacrificio y del sufrimiento, es arriesgarnos a ser Satanás, el mentiroso y negador de Jesús. Con la cruz es en donde aprendemos el verdadero costo del amor.
¿Quién te enseñó más acerca de la responsabilidad de llevar una carga?
OREMOS… Señor, tú caminas con nosotros en los momentos de oscuridad y de luz, incluso a través del valle de la sombra de la muerte. Envía tu Espíritu para que nos guíe de modo que podamos ser compañeros más cercanos a tu voluntad, siempre atentos al sonido de tu voz en nuestros días. Te lo pedimos por Cristo Nuestro Señor. Amén.
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