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“¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?”. –Juan 6, 52
Todo buen escritor sabe que una forma de mantener a su audiencia interesada en su historia es hacer que se sientan un poco más informados que los personajes que están siguiendo. Los espectadores saben, por ejemplo, que no deben abrir el ataúd del vampiro al anochecer: ¡Es demasiado tarde para manejar la estaca cuando está a punto de despertarse! Gritamos a la pantalla para que la heroína no seleccione un camino a través de ese callejón oscuro, o para que el héroe no le dé la espalda a esa puerta del armario entreabierta. Hacer que el público se sienta más sabio que los actores nos dan a todos una ventaja de superioridad: ¡Qué tonta es esa persona! ¡Qué inteligente sería yo en la misma situación!
Los evangelistas son buenos en lo que hacen. Nos presentan discípulos que no entienden a Jesús en todo momento. Al escuchar sus diálogos con su maestro, nos damos cuenta de que sí existen las preguntas tontas. Las multitudes alrededor de Jesús son aún más despistadas. Cuando Jesús se llama a sí mismo pan vivo, se quedan boquiabiertos: “¿Espera que seamos caníbales?”. No, muchachos. Es una invitación a la vida compartida.
En qué puntos de la historia del Evangelio usted dice: “Yo lo haría mejor”. ¡Sería más leal, más útil o menos cerrado!”. Considérelo una invitación.
Imagen: Willem de Vink – Jesus Messiah project