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‘’Yo soy el pan vivo que descendió del cielo’’. –Juan 6, 51
Jesús es nuestra comida. Sea cual sea el vacío, él se puede sentir en nuestras vidas, solo él puede completarlas. Si un vacío existe en cualquier lugar, en la necesidad de justicia, de paz, de caridad, de compasión, de comprensión, de perdón o simplemente de respeto, Jesús es la falta de ese elemento. El pan vivo que bajó del cielo es lo que sostiene la esperanza en este planeta. Dios está con nosotros. Dios es la vida que se ofrece para nosotros. La unidad de la humanidad y la divinidad expresados en Jesús es el modelo de la unidad que buscamos como Iglesia.
Cuando hablamos de Jesús como alimento, naturalmente tienden a centrarse en los elementos de nuestra Eucaristía. La unidad de Dios con nosotros se inicia allí, pero no puede terminar en la mesa del Señor. Si Dios es la vida en nosotros, debe ser parte integral de nuestra sangre y pensamientos, en nuestras acciones y decisiones, en nuestros anhelos y relaciones. Unidad significa la unidad. No puede haber un espacio de nuestras vidas en donde nos reservemos para ser egoístas y tener amargos resentimientos. Si llegamos a esta mesa, estamos pidiendo incondicionalmente la unidad con la vida de Dios.
¿Es esto realmente lo que queremos? ¿Cuánto de su vida pertenece a Dios? ¿Y cuánto reserva para otros, tal vez en conflictos o contradictorios objetivos?
OREMOS… Gracias Espíritu Santo, por los frutos que tenemos en nuestras vidas, como son amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, generosidad, fidelidad, mansedumbre, dominio de sí mismo, lo que nos ayudará a fomentar en los demás el mismo ejercicio, de modo que este mundo podrá ver su reino. Amén.
Imagen: Corinne SIMON/CIRIC