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Muchos de sus discípulos se echaron para atrás y ya no querían andar con él. –Juan 6, 66
Imagina abandonar a Jesús. Después de todos los signos, milagros y proclamaciones, él dice algo tan impactante que decides dejar de seguirlo. Vas a casa, sacudes el polvo de tus sandalias y vuelves al trabajo como de costumbre. ¡Hasta ahí llegó tu sueño de alcanzar el Reino!
¿Cuántos de nosotros hacemos exactamente esto? Para ser discípulo se requiere de tiempo, atención, estudio y oración. El discipulado invita a las relaciones, el servicio, la responsabilidad y el compromiso.
A lo largo del tiempo, ser discípulo exige que nos transformemos por completo en nuevas personas: del tipo que perdona los errores, ayuda a los pobres, da la bienvenida al desconocido, ama a nuestros enemigos. ¿En qué momento decidiremos que seguir a Jesús implica demasiado y volveremos a un estilo de vida que sea más fácil y nos deje más?
Asistir a la sinagoga los sábados era más conveniente que ir de un lado a otro en Galilea y cuestionar todas las suposiciones y valores de la época. La religión es fácil. Ser discípulo es difícil. ¿Trazamos la línea entre los dos y nos mantenemos en el lado seguro?
¿En qué momento ser discípulo se convirtió en algo más que ir a la Iglesia para ti? ¿Qué tan lejos estás dispuesto a caminar con Jesús?
Imagen: Good News Productions International and College Press Publishing