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Dios no envió a su Hijo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salvara por él. –Juan 3, 17
Algunas personas consideran la religión como un inmenso palo que sirve para señalar el pecado del mundo. Otros la ven como una herramienta que sirve para elevarse a un estado superior de perfección moral o iluminación personal. El evangelista Juan dice que el propósito central del Evangelio es decirles a todos que Dios no nos odia. Dios nos ama. Dios no busca destruirnos por nuestras faltas, sino rescatarnos con su misericordia. No todos los cristianos que conocemos están de acuerdo con este mensaje. Pero ahí está.
Es fácil ser creyente cuando se abraza esto primero y de manera fundamental. Pero es difícil serlo si se ve el cristianismo de otra forma: un hombre muerto en una cruz, amar a los enemigos, alimentar el hambre del mundo, regalar nuestras posesiones. Si no adoptamos el principio central del amor divino absoluto, el resto de nuestra religión parece mucho trabajo duro y tiempos oscuros a cambio de una recompensa dudosa en la eternidad. Me gusta la idea de la recompensa. Pero sería difícil reorganizar toda mi vida ahora solo por la promesa de una porción en el más allá.
Debido a que El Evangelio en el hogar hace una pausa durante los meses del Verano, tomaremos nuestras reflexiones semanales de Para meditar las lecturas dominicales.
Imagen: Enrique Casasola/cathopic.com