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En mi casa, tengo a la vista un cartel de cartón que dice: “Que la paz de Dios esté en esta casa” sobre la puerta de mi cocina. Siempre que lo veo, añado a esta sencilla oración “y en nuestros corazones y en nuestro mundo”.
Hay una necesidad muy real de paz en nuestros corazones, hogares y mundo. El número de personas que luchan contra las enfermedades mentales ha aumentado drásticamente. La presión de la creciente inflación sobre los ya escasos recursos de las familias provoca un estrés matrimonial y familiar añadido. Los conflictos en Ucrania y en Tierra Santa y las muchas otras circunstancias de opresión, injusticia y violencia en nuestro mundo nos llevan a clamar por la paz en nuestro tiempo.
Sin embargo, en el Evangelio del domingo, Jesús dice que no ha venido a traer la paz, sino la división. Veo algunas de esas divisiones en las redes sociales cuando mi marido y yo decidimos “ocultar” o “cancelar la amistad” de algunos miembros de la familia por sus publicaciones llenas de odio y división. Esto me recuerda que Jesús era popular sólo en algunos círculos. En otros círculos, se le temía y, finalmente, se le impuso el peor tipo de castigo para un criminal: ¡la muerte en una cruz!
Mientras rezamos y trabajamos por la paz, defendamos con firmeza lo que es correcto, justo y verdadero. Esas cualidades se encuentran en Jesucristo. Que nosotros, sus seguidores, le imitemos fielmente en pensamiento, palabra y obra.
Imagen: anna.spoka/Shutterstock.com