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Mark Twain (Samuel Clemmons) definía a un experto como “un tipo corriente de otra ciudad”. Will Rogers afirmaba que un experto era “un hombre a cincuenta millas de casa con un maletín”. Estos dos hombres, ambos nacidos en el siglo XIX, bromeaban sobre un fenómeno humano que existe al menos desde los tiempos de Jesús.
El Evangelio del domingo muestra a Jesús enseñando en la sinagoga de su ciudad natal a personas que no pueden creer que este chico del pueblo sea capaz de tanta sabiduría y de realizar hazañas tan poderosas. Al afirmar: “Todos honran a un profeta, menos los de su tierra, sus parientes y los de su casa” (Marcos 6, 4), Jesús alude a los profetas hebreos a los que el pueblo de su tiempo también había rechazado.
¿Cuántas veces no esperamos mucho de la gente corriente de nuestra vida (los miembros de nuestra familia, los amigos, los compañeros de trabajo) y buscamos más allá de ellos para encontrar mejor guía y sabiduría? ¿Podría estar pasando por alto a los profetas que hay a su alrededor? ¿Podría usted también estar llamado a servir como profeta para aquellos que se encuentran en su hogar, vecindario, parroquia y lugar de trabajo? Debemos tener cuidado de no menospreciarnos y de no menospreciar a los que comparten nuestra vida cotidiana.
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